…Las tinieblas no son el mal, las tinieblas son la noche. Las tinieblas son todo. Las tinieblas son las tinieblas. El asunto está en que no me arrepiento de nada. Estas son- mis propias tinieblas.
¡Oh! Querido dogo gris de mi infancia- ¡Myshaty! Tú no me hiciste ningún mal. Si tú, según la Sagrada Escritura, eres el “padre” de la mentira, a mí me enseñaste la verdad de la existencia y la rectitud de la espalda. Esa línea recta de la inflexibilidad que vive en mi columna vertebral es la línea viva de tu porte de dogo- de mujer del pueblo- de faraón.
Tú enriqueciste mi infancia con todo el secreto, con toda la prueba de fidelidad y, más aún, con todo ese mundo, ya que sin ti yo no habría sabido que existe.
A ti debo mi orgullo inaudito, que me ha llevado por encima de la vida más alto aún de lo que tú me llevaste sobre el río: le divin orgueil- con su hacer y su decir.
A ti, además de tantas cosas, también debo el arrojo con que me acerco a los perros (¡Sí, sí, a los más sanguinarios dogos!) y a la gente, ya que después de ti, ¿de qué perros o personas podría tener miedo?
A ti debo (Así comienza Marco Aurelio su libro) mi primera conciencia de pertenecer a los grandes y a los elegidos, ya que a otras niñas de nuestra casa tú no las visitabas.
A ti debo mi primer crimen: un secreto en mi primera confesión, después de lo cual- toda ha sido transgredido.
Eras tú quien destrozaba cada uno de mis amores felices, corroyéndolo todo con las apreciaciones y rematándolo con el orgullo, ya que tú me decidiste poeta, y no mujer amada.
Eras tú quien, cuando yo jugaba con los adultos a las cartas y alguien, fortuita pero constantemente, se apoderaba de mi ganancia, hacía que las lágrimas regresaran a mis ojos, y a mi garganta- las palabras: “La puesta era mía”
Eras tu quien me protegía de toda participación en la comunidad- aún de la colaboración periodística- al haberme puesto, como el guardián malo a David Cooperfield, un cartel en la espalda: “¡Cuidado, muerde!”
¿Y acaso no fuiste tú, con mi amor precoz por ti, quien me inculcó el amor por todos los vencidos, por todas las causes perdues- las últimas monarquías, los últimos cocheros, los últimos poetas líricos?
Tú – con toda tu inflexibilidad, elevándote sobre la ciudad derrotada- eres el último en subir a los restos del último navío. Dios no puede pensar mal de ti. ¡En alguna época fuiste su ángel predilecto! Y quienes te ven como una mosca, el rey de las moscas, que no ven más allá de sus narices.
Veo las moscas y también la nariz: tu nariz larga, gris, noble, fruncida con repugnancia y amenazadoramente hacia las moscas- miríadas de moscas. Te veo como un dogo querido, es decir como el dios de los perros.
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Cuando a los once años, en la pensión católica, intentaba amar a Dios.
Jusqua la mort nous Te serons fideles,
Jusqua la mort Tu seras notre Roi,
Sous Ton drapeu, Jesus, Tu nous appelles,
Nous y mourrons en cambattant pour Toi…
Tú no interferiste. Solo te retiraste hasta lo más profundo de mí, cediendo amablemente el lugar – a otro. “Bueno, prueba, con dulzura…” Tú jamás condescendiste a luchar por mí (¡Ni por ninguna cosa!) ya que toda tu lucha contra dios es un combate por defender la soledad, que sola es el poder.
Tú eres el autor de mi divisa vital y de mi epitafio:
Ne Daigne!-
¿A qué? A Nada: Ne Daigne a nada – aunque solo fuera a descender hasta los restos que aquí yacen.
A ti debo el círculo encantado de mi soledad, que se mueve siempre conmigo, que nace debajo de mis pies, me abraza como si fueran brazos, pero se dilata como el aliento, que todo lo incluye y a todos los excluye.
Y si tu alguna vez en forma de perro gris y para ser mi nana descendiste hasta mí, una niña pequeña, fue solo para que esa misma niña después, a lo largo de la vida, pudiera sola: sin nanas ni Anas.
Terrible dogo de mi infancia- ¡Myshaty! Tú estás solo, no tienes iglesias, a ti no te ofrecen mismas conjuntamente. Con tu nombre no bendicen la unión carnal, ni la interesada. Tu imagen no está en las salas de justicia, en donde la indiferencia juzga a la pasión, la saciedad al hambre, la salud a la enfermedad: siempre la misma indiferencia a todos los aspectos de la pasión, siempre la misma saciedad a todas las variedades del hambre, siempre la misma salud a todos los géneros de la enfermedad, siempre el mismos bienestar a todas las especies de infortunio.
A ti no te besan sobre la cruz del juramento forzado y el falso testimonio. No es tu imagen, bajo la forma de un crucifijo, la que toma el sacerdote – servidor y cómplice del Estado asesino – para tapar la boca de su víctima. Tu nombre no sirve para bendecir las batallas ni las matanzas. Tú en las dependencias de Estado – no estás.
Ni en las iglesias, ni en los juzgados, ni en las escuelas, ni en los cuarteles, ni en las prisiones – allí, donde está el derecho – tú no estás, donde hay multitud – no estás tú.
Tampoco estás en las célebres “misas negras”, esas reuniones privilegiadas en donde la gente comete tonterías – adorarte todos en conjunto, a ti, cuyo primer y último orgullo es la soledad.
Si se trata de buscarte, hay que hacerlo en las celdas incomunicadas de la Rebelión y en las buhardillas de la poesía lírica.
De ti, que eres el mal, la sociedad no ha abusado.
1935
He mirado en tantos ojos
Que para siempre he olvidado
Cuando amé por vez primera
Y si una vez no amé - ¿Cuándo? –
Libro “El Diablo” Marina Tsvetaeva
Editorial Anagrama
Traducción de Selma Ancira
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