jueves, 5 de mayo de 2011

“Un sueño, un fin”

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Era yo caminando descalza en la playa, con arena entre los dedos y los pies cansados. Mi cabello flotaba entre la suave brisa del amanecer y volaba igual que el vestido blanco ceñido en mi cuerpo. Es extraño porque yo jamás uso vestidos de ese color…

Tenía ese terrible dolor en el pecho causado por las lágrimas sin llorar, acumuladas en el corazón. Llegue al pequeño puerto, gire mi cabeza una y otra vez hacia todos lados para asegurarme de mi soledad en aquel valle azul celeste. No había nadie, solo el mar, la costa, las barcas viejas y yo.

Con rapidez- o con prisa- solté la amarra de la barca más vieja. Tenía la pintura destartalada en ambos lados y con dificultad se leía el nombre de la austera embarcación, se llamaba “Sueño”.

Arroje mi morral dentro, subí en ella y prendí con dificultad el motor.
Las aguas eran tranquilas, un espejo azul me rodeaba, me aleje de la costa, me aleje de las boyas y llegue lo más lejos que pude, hasta que el diesel se acabo.

Azul abajo, azul arriba…

La inmensidad oceánica me abrazaba suavemente y arrullaba la barca con sus mil olas. La tumba de agua de mis ancestros, de mi sangre me recibía en calma y en paz. Me sentía tan pequeña como siempre…

Saque del morral el frasco de opiáceos, y los trague de uno a uno con el agua potable de la botella de plástico, no había lagrimas, no había dolor, solo la sensación que produce hacer lo correcto.

Deje caer la botella vacía entre la barca, saque un cigarro y me deje seducir por el vaivén del agua salada con cada bocanada de humo que salía de mi boca seca. Me recosté entre la madera podrida y una red de pescar, mire al cielo y dos gaviotas blancas pasaron sobre mí.

-Son ellos- me dije susurrando.

Sentí una punzada dolorosa en el vientre, después en el estómago, y fue aumentando cada vez más hasta hacerse insoportable. Sonreí con la espuma blanca en la boca recordando a Cioran  mientras tomaba fuertemente mi estómago para tratar de aliviar un poco mi malestar.

Querer vivir y morir en sociedad es una debilidad lamentable: ¿acaso existe consuelo posible en la última hora? Es preferible morir solo y abandonado, sin afectación ni gestos inútiles. Quienes en plena agonía se dominan y se imponen actitudes destinadas a causar impresión, me repugnan.

Las lágrimas sólo son ardientes en soledad. Todos aquellos que desean rodearse de amigos en la hora de la muerte lo hacer por temor e incapacidad de afrontar su instante supremo. Intentan, en el momento esencial, olvidar su propia muerte. ¿Por qué no se arman de heroísmo y echan el cerrojo a su puerta para soportar esas temibles sensaciones con una lucidez y un espanto ilimitados?”

Sonreía, no podía dejar de hacerlo…
-Aquí nadie me vera morir, tengo el mejor cerrojo del mundo.

Viví mi vida, y morí mi muerte con total plenitud, deje de agarrar mi estomago, deje fluir al dolor disfrutándolo cada instante. Después de todo, el seria mi última muestra de vitalidad.

Intente levantarme, pero me fue imposible. Mis piernas no respondían, me agarre de la balsa y caí de bruces al mar.

Recordé un momento de mi infancia, mi papa me esperaba en el océano, yo debía atravesar nadando el revolcadero para llegar a él, recuerdo que no me dio miedo, primero mis pies, mis piernas, mi estomago, mi pecho… las olas me atraparon y golpearon mi cuerpo, lo lanzaban de un lado a otro, pero tampoco tuve miedo, veía a mi padre asustado, la arena del mar, las nubes del cielo, la arena del mar, las nubes del cielo… era como un sueño circular que no me producía mas que paz. Una mano me tomo fuerte del brazo y me arranco de aquella fantasía acuática. Pero hoy no había brazos salvadores, ni padres asustados, solo el mar y yo, terminando lo inconcluso.


Suaves ondas azules entraron por mi nariz y limpiaron la espuma de mi boca. Los rayos de sol que se filtraban mágicamente  en el agua alumbraban mis manos y pequeñas burbujas adornaron mis cabellos.

Me deje ir  sin resistencia alguna, volando bajo el océano, hasta que deje de pensar, hasta que deje de sentir y allí, sin yo quererlo salió aquella lágrima guardada en mi corazón, pero al igual que yo se perdió en la inmensidad del mar.

Cerré mis ojos y empecé a soñar…

A mi lado estaban las rayas que el tanto adoraba,  los corales, las medusas, los peces y más lejos, en la profundidad los dos, mi padre y mi hermano me estaban esperando…

El fin del principio y el principio de la eternidad…



Desperté en mi cama, con la garganta seca y una lágrima en mi mejilla. Desperté seca, desperté sin ellos, pero desperté en paz y con la certeza de mi historia con el mar, la tumba de agua que no requiere más sacrificio ni ofrenda que la vida misma, el mausoleo marítimo que aun tendrá que esperarme un poco mas…

 Paola Klug

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