Como de todo se aprende y evidentemente, más de los errores, decidí crear como tiempo atrás lo hizo Mary Shelley a mi pequeña Frankenstein. No buscare en cementerios pasada la media noche a cadáveres frescos para crear a mi muñeca perfecta, como lo hizo May (¿nunca vieron esa película de “terror”?). No, no hare eso, mejor usare todas mis carencias y mis vacíos internos para poder tener una amiga linda, inteligente y confiable. E irreal por supuesto, en estos tiempos lo mejor es ser precavido.
Lo primero es buscarle un nombre, y se llamara “Leonor”. Siempre me gusto ese nombre, cada vez que lo menciono, llega a mi cabeza una mujer de la época victoriana. Ni puta idea de porque…
Leonor tiene que conocer la obra completa de “Los Malditos”, tiene que haber llorado con “De Profundis” de Oscar Wilde. También tiene que poner una vela a Don Juan Matus en la ofrenda de día de muertos, amar la música de los años 40s, tener tatuajes, haber pasado años enteros trabajando en una librería solo por amor al arte, pintarse el cabello de negro azulado, creer en el amor y el príncipe azul desde niña, escucharme, acompañarme al cine y tomar café como posesa.
Cada noche platicaremos del libro en turno, “Relatos de Poder” esta semana, escucharemos a Abney Park y hablaremos mal de los hombres. Fumaremos hasta acabarnos la cajetilla de Camels (que también será imaginaria, porque con estos precios sería una blasfemia.) y terminaremos despotricando contra la Iglesia Católica.
A Leonor podre contarle todo, y confiarle todo. Desde el sitio exacto donde está enterrada mi cajita musical donde guardaba mis secretos de infancia junto a mis poemas de adolescente, hasta como llegue al punto de crearla a ella huyendo de lo que algunos llaman “la realidad”.
Con Leonor, caminare horas enteras mirando cosméticos en los centros comerciales, y entrando a todas las tiendas donde venden figuras de comics y películas de culto. Iremos a todas las librerías a buscar libros baratos de Bukowski, y de Tsvetaeva, y planearemos nuestro viaje a Rusia…
Veremos todas las películas de Louise Brooks mientras devoramos litros de helados de vainilla con palomitas de maíz, hablaremos de la obsesión de los hombres con el tamaño del pene y buscaremos sombreros en las tiendas de antigüedades.
Haremos una cafetería que estará repleta de cuadros de Art Noveau, que se llamara “Le Chat Noir.”
A veces cabalgaremos horas enteras por el prado que también inventare y subiremos a rapel por los riscos de mis montañas imaginarias.
Con el tiempo, ya que yo muera, Leonor permanecerá aquí, esperando a que otra mujer le dedique unas letras, y le invente nuevas actividades y nuevos escenarios, aunque pocos sabrán que el verdadero nombre de Leonor es Soledad…
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