Me quede pensando seriamente en el asunto de las culturas matriarcales y su visión de las cosas.
En cualquier cultura matriarcal existía algo que ahora se conoce como “Culto a la Diosa”, en este culto había una adoración hacia la Madre Tierra, vaya pues, no había “ilusiones ni mitos” como en el caso de todos los demás Dioses, incluyendo al carpintero. En este caso se habitaba en la tierra, se comía de la tierra y se era parte de la misma. Inclusive hace 23.000 años (chinguense los “historiadores”) se hallaron en el sur de Francia y en Rusia pequeñas figuras hechas de mármol, cuerno, hueso y arcilla con representaciones de mujeres embarazadas, adorando la fertilidad, adorando a la “Diosa.”
Obviamente este tipo de culturas no han sido reconocidas con la importancia debida, en primera por el nefasto recorte de la historia, todo aquello en la “pre-historia” nos lleva a cavernícolas brutos, dinosaurios y cavernas, en segunda porque no hay grandes “vestigios” de las culturas matriarcales, ruinas, monumentos, etc... ¿Qué mejor vestigio que el equilibrio y armonía entre seres humanos y su hábitat? Y en tercera porque por la misma razón, no son consideradas como culturas “civilizadas”, ahora, solo hay que mirar a Grecia o a la misma Roma, que son consideradas como cuna de la civilización, así mismo de la destrucción del equilibrio entre todo y entre todos. Le salió caro a la tierra tener animales “civilizados”.
Ahora, cuando el cristianismo comienza obligando a todos a aceptar a su Dios, como el único, la gente adopta la cultura más patriarcal que ha existido, retoman el culto a la “Diosa”, creando a la “virgen”. De hecho, en muchos lugares de Europa, las imágenes de piedra que representaban a la Tierra Madre en sus lugares sagrados fueron adaptados con un “velo” y cambiadas a las Iglesias o monasterios, para que las mujeres acudieran y poco a poco fueran cambiando su visión de las cosas, agrégales la culpa, la idea del pecado, el miedo al infierno, y tienes a miles de mujeres débiles rezando de rodillas ante algo que ni siquiera es parte de ellas, es completamente ajeno, un “Dios externo” que no pueden ver, ni sentir, ni oler, un “Dios” que si les da de comer es bueno, pero si no hay cosecha es porque fueron “pecadoras”, se deja de ver al cielo para ver las nubes, ahora se busca a un señor invisible repitiendo en silencio “que se haga su voluntad…” Se deja de buscar en las flores y en las hierbas el remedio para las enfermedades, ahora se repite en silencio “Que se haga su voluntad…”
Y es allí, cuando la mujer pierde su propia voluntad y se la da a un espejismo creado para cortar los lazos que la unían a la que alguna vez considero su Madre. Ahora, al igual que para algunos hombres, es solo el pedazo de tierra en el que nació, algo sin vida, de lo que se puede tomar todo sin consecuencia alguna, algo que no merece ningún respeto, algo que se convirtió en un “Objeto” más en la “Civilización”. Perdiendo de esta manera lo único SAGRADO que de verdad tenemos.
La mujer ancestral, pasaba mucho más tiempo en contacto con la Naturaleza, mientras los hombres cazaban o pescaban, ella era la encargada de sembrar para comer, de curar a los hijos, al esposo o a ella misma con las plantas medicinales, conocimientos que pasaban de madre a hija por cientos de generaciones, ellas sabían si llovería o no con solo mirar las nubes, con mirar el vuelo de las aves, sabían reconocer la hora por el olor de los montes, ese era el verdadero culto a la Diosa, el respeto y el amor hacia algo que vibrara como nosotras, no había castigos, ni culpas, ni pecados, había una forma distinta de ver la muerte, pues en esta forma de vida, todo lo que moría, renacía, se volvía rocío, hierba, flor, etc…
Sin miedo, con poder, con equilibrio, no era malo el lobo, y tampoco era bueno el ciervo, todos eran parte de todos, todos se servían de todos y todos servían a todos…
Eso fue hace mucho tiempo, cuando las mujeres no debíamos esconder el rostro, ni bajar la mirada ante ningún Dios, mucho menos arrodillarnos ante él, no teníamos por qué humillarnos ni ante la enfermedad, ni ante la muerte, ni ante el dolor, ese era el culto a la Diosa.
Paola Klug
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