La energía femenina se presenta como una opción ideal para guiar la oportunidad de una transmutación masiva que tenemos frente a nosotros; su aprovechamiento podría traernos una luminosa evolución o, en el caso contrario, al colapso definitivo de nuestra especie.
Transformación acelerada, tenaz desmitificación, y reinvención colectiva, todos estos vívidos patrones que moldean el escenario que hoy compartimos. La creatividad comienza, finalmente, a ganar terreno al conocimiento sistematizado, y no es que esta divina bondad haya muerto en ningún instante a lo largo de nuestra historia, simplemente se trata de que las más influyentes tendencias socioculturales relegaron a este don a escalas poco dignas. La ciencia derroca, casi permanentemente, sus propios pilares, se habla de innovadores conceptos en los campos de la física, la biología, la astronomía, y el resto de las disciplinas que rigen en buena medida nuestro modelo de realidad. ¿Pero es acaso esta esperanzadora transmutación orgánica de paradigmas razón suficiente para suponer el retorno de la Divinidad Femenina?
Dentro de una cultura occidental que, debido a su ideología esencialmente dominante se ha logrado imponer al resto de las corrientes culturales, resulta más o menos obvia su predilección por la energía masculina. Centros urbanos que alegóricamente proyectan bosques tejidos a partir de fálicos edificios, la dosificada pero permanente relegación de la participación de las mujeres, el enaltecimiento de patrones conductuales ligados a la masculinidad, e incluso el uso de un lenguaje que, al menos en algunos idiomas, favorece per se a la cualidad del hombre por sobre la de la mujer, todos estos son rasgos característicos de un largo esfuerzo, tal vez oscuramente estratégico, dirigido a diluir el equilibrio de fuerzas entre ambos géneros. Sin embargo, luego de varios siglos, parece que los defectos estructurales de esta cosmología masculina comienzan a forzar la balanza y parecen exigir el retorno de la Gran Diosa Madre.
Pero más allá de una necesidad esotérica por canalizar la feminidad de quien firma este texto, y la cual tal vez traduzco en una esperanza subjetiva, lo cierto es que existen diversos factores, tangibles y vivos, que sugieren la posibilidad de que la Divinidad Femenina, la Gran Diosa, pueda retomar el lugar que cósmicamente le corresponde:
a) El gradual pero constante restablecimiento de jerarquías en manos de las mujeres, tanto en el ámbito laboral, como en el político y el intelectual es un argumento significativo para reforzar esta –todavía- hipótesis.
b) La masiva atención que se ha generado en torno al eco-lifestyle y la conciencia medioambiental, que por más que este inmersa en una relativa frivolidad a fin de cuentas representa un llamado masivo a reconectarnos con el alma de planeta, una esencia innegablemente femenina, que ha sido constatada a través de múltiples proyecciones mitológicas: Demeter, Eris, Gaia, Pachamama, Sophia, etc…
c) La incesante devoción que generan algunos íconos como el de la Virgen de Guadalupe (y su némesis la Santa Muerte) principalmente en México, las diosas Kali o Ganga (la deidad proyectada en el Río Ganges) en India, o incluso La Meca (esa inspiradora roca que se recorre circularmente), entre los islámicos, que de algún modo representan nuestra entrañable relación con el que pudiera considerarse como el arquetipo más poderoso o al menos más necesario en la evolución psicomística de la humanidad: el de la madre.
d) El ancestral arraigo espiritual que se ha mantenido, a pesar de las tendencias patriarcales, ante la Triple Diosa. También conocida como la Gran Diosa, este culto ha sido pieza fundamental del estudio mitopoético de Robert graves. Esta deidad femenina, originaria de Bretaña, ha tenido que ser trasladado a la penumbra convirtiéndose en una devoción cuasi bruja pero que a la vez se refleja en la histórica predilección del pueblo británico ha ser gobernado por una reina. No deja de llamar la atención como a pesar de el agresivo desplazamiento que una cosmogonía matriarcal sufrió ante el afán de instaurar un patriarcado, y lo evidentemente orilló a sus seguidores a guarecerse en el underground místico. Lo cierto es que no ha mermado en absoluto la conexión con la divinidad femenina.
Pero regresando a una actualidad menos etérea, resulta innegable que el desarrollo de los últimos siglos, y en particular de las recientes décadas, y el cual ha sido encabezado por occidente fálico, ha resultado en un deterioramiento de la calidad de vida en general, un empobrecimiento de la condición moral de la población, así como otros factores que resultan en un diseño fallido de nuestra realidad geopolítica, económica y sociocultural. Y ante este escenario es difícil no contemplar la necesidad del retorno de lo femenino para equilibrar los patrones dominantes, y poco benéficos, que instauramos en los últimos tiempos.
Durante el último Congreso de la Paz realizado en Vancouver, Canadá, el Dalai Lama, el líder espiritual de los tibetanos lanzó una de las afirmaciones más celebrables que escuchado en los últimos tiempos, y ello a pesar de que en lo personal no me genera una afinidad especial, en la que profetizó: "La salvación del mundo será orquestada por la mujer occidental". Pero más allá de reafirmar la posibilidad del retorno de la diosa, lo intersante es la reflexión que detona alrededor de un compromiso fundamental que las mujeres, especialmente las de occidente pues han vivido en las entrañas del pulso fálico, deberán asumir para proyectarse, unficadas, como estrella polar que oriente la transformación psicoplanetaria.
Finalmente también es importante recalcar que el objetivo final de la evolución humana reside en el equilibrio entre ambas energías, la masculina y la femenina, pues solo así catalizaremos la misión cósmica que, quiero pensar, nos fue explícitamente asignada. Pero para ello sin duda deberemos pasar por un proceso de "feminización" el cual solo podrá ser guiado por las mujeres , recurriendo a aptitudes como la creatividad, la contemplación, la paciencia, y la purificación. Por otro lado, los hombres deberán de corresponder la danza iniciada por ellas y, cuando sea el momento oportuno, de la pista de baile emergerá un ombligo gigantesco, como la némesis de las plagas apocalípticas, que a la vez se transformará en un sendero. Cuando seamos capaces de andarlo conjuntamente, tal vez nuestra misión habra comenzado y la nirvánica fiesta será inaugurada.
El pulso de la Divinidad Femenina resuena cada vez más claramente. El retorno de la Diosa se presenta como recurso ya no solo estimulante y armónico, sino vital, para dirigir con lucidez la transmutación de paradigmas. El planeta parece urgido de sacudirse el desequilibrio masculino que le impusimos durante siglos, la presencia maternal (contemplada desde una perspectiva planetaria) debe ser enaltecida, el dulce caos femenino toca a la puerta… y sería fatal para la especie humana ignorar una vez más su llamado.
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