Escuchaba a la mujer cantando de mujeres cuando ella apareció en la ventana de madera,
Viajaba con fantasmas y sopló nubes en mi café.
-Acércate niña de instantes- me dijo con su voz de caracola.
Caminé hacia ella y la invité a pasar.
Puso sus enormes pechos sobre la mesa circular, yo veía todo a través del vaso de leche a medio llenar.
-Eres un retrato azul con memoria falsa-me dijo- te cambio mis ojos vendados por el tutú de tu álbum familiar.
-¡Es imposible el trato! –Reclamé- ¡con él he cabalgado dinosaurios!
-Con la venda domarás ballenas…
Medité un minuto y me mire al espejo. En mi cabeza había crecido un árbol, tenía flores negras, hojas moradas y el cuerpo disecado de un pajarillo lunar.
-¿Qué me has hecho bruja antipirina? dije sollozando.
-Lo mismo que le hice a Aracne, pero ella ha aprendido a seducir moscas…
Sus risotadas retumbaron como truenos por toda la ciudad.
-¡No quiero tener la cabeza de árbol! ¡Quiero volver a ser yo.!
-Y ¿Qué eres tú?
-¡La niña de instantes!, Quiero de vuelta mis botones heridos y mis ojos de bola de cristal.
-Imposible, desde hoy tejerás suéteres para perro con tus cabellos.
Yo lloraba, pero la luz de su regordeta pierna me hacía suspirar….
De pronto recordé mi sombrero mágico, me lo obsequió el diablo cuando lo deje brincar en mi viejo colchón. Se lo ofrecí a la bruja antipirina como muestra de hospitalidad…
-Bruja antipirina, mi cabeza es un árbol, este sombrero ya no me servirá más. Te lo regalo.
La bribona sonrió y lo colocó en sus blancos cabellos. Se fue haciendo pequeña, cada vez más pequeña hasta desaparecer. Metí mi mano en el vacío, encontré un cubo de azúcar, dentro de él sonreía la bruja antipirina. Me enfade. Fue tanta mi rabia que la avente dentro de mi café. Bebí lentamente sin derramar una gota. Mis hojas y mis flores desaparecieron, no tenía más ramas cerebrales ni pájaros lunares. Soy la jaula de la bruja antipirina en las mañanas, por la tarde domo ballenas y dragones.
Paola Klug
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