sábado, 23 de abril de 2011

"Verdadero Cuento de Hadas"

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Anaïs era una niña como cualquier otra, usaba vestidos largos y moños en su cabello. Le gustaban las muñecas, los helados, dar brincos entre los charcos de lluvia a escondidas de su madre, pero más que nada Anaïs amaba los cuentos de hadas.

Cada noche antes de cerrar los ojos, hacia volar su imaginación hasta un reino lejano, donde se encontraba el príncipe azul que la rescataría de las brujas malvadas, de los dragones, espinas, manzanas envenenadas, lobos y demás monstruosidades que atentaban contra el amor eterno y la felicidad.
Así creció Anaïs, viviendo de historias falsas y ajenas…

Una tarde nublada, al salir de la escuela por descuido se le cayeron los libros sobre el pavimento mojado, un joven de lentes y suéter a cuadros acudió a su ayuda, si, era el príncipe.
Desde ese día la dulce Anaïs comenzó su historia de amor, globos, cartas, poemas, cine y ferias fueron algunos de los escenarios de su historia rosa, el príncipe era cada vez más encantador, y una noche cualquiera en la parte trasera del “carruaje japonés” de su amado, decidió entregarse a él.

Anaïs no sabía que a él se le entregaban muchas, ni que el príncipe no compartía el gusto por las historias eternas. Así que  pocos días después del importante evento, el galante caballero la dejo hecha un mar de llanto en el parque de la colonia. 

Nauseas, cansancio, depresión y una prominente barriga, Anaïs estaba embarazada y del príncipe nada se sabía.

Intervinieron los padres, los hermanos, las familias escandalizadas de un lado a otro, pero ella, ella solo podía pensar que aquello era irreal, las princesas no sufrían…

No hubo vestido blanco, ni flores, ni peinados magistrales. Un pantalón con elástico en el vientre, un blusón floreado y un juez en el registro civil. El príncipe ya no la veía, apenas le dirigía la palabra.

Anaïs comenzó a decorar su casa- castillo,  macetas pequeñas, su muñeca de porcelana, su cajita musical y sus libros de cuentos en el insignificante librero hecho con ladrillos y tablas sueltas. El príncipe llegaba un día sí y dos no, llegaba tomado o tomaba si estaba en casa, nunca aprecio los manjares reales que la princesa cocinaba, tampoco la ropa limpia y bien doblada. El día que la fuente se le rompió, tuvo que bajar sola por las escaleras de la unidad y pedir ayuda a sus vecinas, pero fue muy tarde. La bebe no resistió y murió dos días después en la clínica del seguro social. El príncipe tampoco estuvo presente…

Pasadas las semanas de silencio y llanto ahogado, Anaïs tomo valor y lo enfrentó. No hubo abrazos, ni palabras de consuelo, ni caricias. Nuestra princesa recibió golpes, patadas y  un “Puta, esa niña ni siquiera era mía” – El príncipe salió azotando la puerta y jamàs se le volvió a ver-

Una noche, completamente drogada y después de haber sido violada en la calle Anaïs entendió que los cuentos de hada eran mentira. 

Se acostó con docenas de príncipes, los usó, los manipuló, los humilló pero al final de las cacerías, en el más duro de los silencios, tiritando de frio en la ventana del cuarto de azotea que logro alquilar prostituyéndose se sintió terriblemente sola…

Años después, completamente “reformada” y actuando conforme los estándares de la sociedad, se volvió a casar, tuvo dos hijos y paso sus años lavando platos, cocinando, limpiando y sirviendo a su marido. Su esposo educo al niño como lo hacen los padres, futbol, lucha libre, de vez en cuando un juego de mesa. Pero Anaïs, después de tanto tiempo de fatiga y golpes de la vida se aferró a su fe infantil, y educo a su hija de la misma manera en que ella fue educada. Vistió a su niña con terciopelo y olanes, le peino caireles que serían la envidia de la Bella Durmiente y le conto docenas de cuentos de hadas.

Después de todo, las mujeres tenemos la tradición de seguir embarrándonos en la misma mierda.
                                                                                

                                                                  “FIN”

Paola Klug


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